Queridos javerim y javerot,
Comienzo este texto imaginando cómo serán las celebraciones de las próximas festividades de Tishrei, aquí en Argentina. Y haciendo ese pequeño análisis de lo que ellas depararán, me animo a compartirles una primera reflexión que llega a mi mente.
Los recuerdos de estos jaguim vienen a mi memoria impregnados de cierto aroma, de determinados sabores, pero sobre todas las cosas tienen una referencialidad central: la evocación permanente al calor de hogar. ¿A qué me refiero exactamente? A los momentos de encuentros con la familia y los afectos. Porque nuestra tradición establece su accionar basal en la transmisión intergeneracional que hace del momento del encuentro festivo un ámbito de máxima expresión comunicacional y hasta académica.
La afamada tradición oral de nuestro pueblo, que acompaña y complementa a nuestras escrituras, ubica en el encuentro familiar y comunitario en ocasión de las celebraciones un ámbito natural de transmisión histórica. Es por eso que quería compartir con ustedes una extraña sensación que tengo desde hace un tiempo aquí en Argentina: en esta comunidad uno se siente un poco en casa.
Es fácil observar en las importantes kehilot de Buenos Aires y del interior del país, esa idea tan potente de la preservación de las costumbres y del cuidado por los valores ancestrales del judaísmo.
Israel es una tierra que recibe permanente corrientes migratorias que le dan sentido a nuestra identidad. Sin embargo, pese a ser una democracia inclusiva y próspera en donde cada una de las religiones puede preservar su culto, reconozco que hubo, especialmente en los primeros años luego de la creación del Estado, cierta tendencia a fundir los rasgos más destacados de las distintas migraciones en pos de crear un nuevo ideario nacional israelí.
Con el correr de los años y luego de la masiva aliá posterior a la caída del régimen soviético, esos formatos de adaptación se modificaron comenzando un proceso en que las diferencias comenzaron a ser preservadas con mayor ahínco en la idea que la diversidad de las partes enriquece al conjunto. En este concepto tan valioso de preservación del legado histórico y cultural de los pueblos noté que, a diferencia de lo que observé en mis misiones anteriores en países como España, Estados Unidos, Ecuador, Eslovenia, Malta o Guatemala, aquí en Argentina observo con alegría cómo aquí las colectividades, lejos de amalgamar sus particularidades perdiendo algunos rasgos de su identidad primaria, la mayoría de las culturas continúan preservando sus costumbres y tradiciones.
En Argentina respiro con cierto orgullo la riqueza en las diferencias que la sociedad ha sabido rescatar. Es por eso que, con admiración y cierta nostalgia, acercándonos a las fechas más importantes de nuestro calendario hebreo, les deseo alegría y proyectos cumplidos. Pero, sobre todas las cosas, les deseo que puedan pasar unos jaguim abrazados por ese calor de hogar que nuestra tradición nos recuerda. Puede ser el abrazo de la familia, de los amigos, de la comunidad, de un vecino, de un club, de una sinagoga, de un sinfín de ámbitos. Sólo deseo que cada uno tenga ese espacio de contención que toma la forma de un rezo compartido, de una cena, de un abrazo, un texto de WhatsApp o un simple mensaje de un diplomático para la mayoría desconocido. Deseo con firmeza que desde la tibieza más armónica de ese encuentro pensemos un 5784 más armónico, sustentable y amoroso con el prójimo aquí en la Argentina, en Medinat Israel y, por supuesto, en el mundo todo.
¡Shana Tova Umetuka!
Eyal Sela
Embajador de Israel en Argentina