El Aroma de la Alegría


Por DIANE ELLIOT

 

Adar es el mes hebreo en el que celebramos Purim, un carnaval judío estridente y lleno de energía. En el hemisferio norte, es la época en la que comienza a despedirse el invierno. Lo celebramos con disfraces y máscaras, con la lectura del Libro de Ester en el que se relata la salvación de los judíos de la antigua Persia a punto de ser aniquilados, se escenifican episodios de la historia, se baila y se toman bebidas alcohólicas. Como dice el Talmud, “Cuando comienza Adar, aumenta la alegría”. En años bisiestos, en los que hay no uno sino dos meses de Adar (Purim se celebra durante Adar II), la alegría se duplica.

Durante los dos años de pandemia, sin embargo, la alegría se sintió esquiva. Por supuesto ha habido momentos positivos, celebraciones de boda, nombramientos de bebés “online” y los rostros de amigos que irradiaban amor a través de los pequeños cuadrados de Zoom. Aun así, a muchos de nosotros nos resultó difícil sentirnos seguros y calmar nuestros corazones en medio de oleadas de dificultades y angustias.

En la primavera de 2020, cuando la pandemia recién comenzaba, no me quedó otra alternativa que permanecer durante horas y horas en la oficina de mi casa, frente a la pantalla de una computadora. Buscando formas de mejorar mi estado de ánimo, descubrí el sitio web de un sanador de la ciudad de Los Ángeles que fabrica los aerosoles “Crystalline Essence”: agua destilada impregnada con cristales, aceites esenciales y bendiciones. Inmediatamente ordené cuatro botellas del producto, cuya etiqueta prometía las cualidades que necesitaba desesperadamente: calma, perdón, esperanza y alegría.

El aroma del sándalo y del geranio rosa, la fragancia de la hierba y la corteza de los árboles después de las lluvias invernales o la embriagadora dulzura del jazmín del país cuando comienza a florecer son sin duda estímulos que pueden aligerar el espíritu y aliviar el corazón. El bulbo olfativo está directamente conectado con el sistema límbico, el centro emocional del cerebro. Nuestros antepasados ​​entendieron esto cuando colocaron un altar de incienso en el Mishkán, el santuario en el centro del campamento israelita en el desierto, frente a la cortina que separaba el Sancto Sanctorum. En ese lugar ardía desde la mañana hasta la noche una mezcla secreta de hierbas y especias para purificar, santificar y elevar la vibración espiritual.

Ese incienso sin duda sirvió como ayuda aromática para cumplir la exhortación del salmista de que sirvamos a Dios con alegría y cánticos. Pero una vez que mi olfato llega al lugar de la alegría, ¿cómo logro que permanezca en mi vida, especialmente en tiempos difíciles?

La alegría siempre ha estado en el corazón mismo de la vida espiritual judía. A menudo, está relacionado con la observancia de los mandamientos. Como enseñó Maimónides, regocijarse en el cumplimiento de las mitzvot es avodá guedolá: un gran servicio. La alegría brota cuando nos ponemos al servicio de lo sagrado.

El maestro jasídico Rebe Najman de Breslov fue más allá. Enseñó que estar continuamente en un estado de felicidad es un imperativo espiritual de primer orden. La alegría que nos señala el Rebe Najman trasciende estados emocionales particulares, que son por naturaleza mutables y fugaces. Los sentimientos de felicidad van y vienen. Pero la alegría es más que un sentimiento. Es una forma de ser, una corriente más profunda y permanente en nuestras vidas que podemos aprender a aprovechar.

El bisabuelo del Rebe Najman, el Baal Shem Tov, fundó el movimiento jasídico en lo que entonces era Polonia en una época de mucha pobreza y angustia, en tiempos que para muchos resultaba un sueño lejano poder servir a Dios con alegría. Enseñó a sus seguidores un poderoso proceso en tres etapas para superar el dolor y el miedo y reconectarse con la totalidad de la vida de una manera alegre. Llamó a este proceso “endulzar el sufrimiento”.

Comienza por entregarte al dolor, permitiéndote sentirlo. Esto puede ser un desafío cuando las sensaciones son abrumadoras, por lo que tal vez necesites un apoyo: un testigo, un maestro o un amigo que te ayude a soportar estos momentos de cruda realidad. A medida que tu corazón se abre a su propio dolor, puedes experimentar cierta unión y conexión con el dolor de los demás. Puedes comenzar a discernir una sensación de presencia, que no estás solo en un lugar difícil, que hay santidad incluso en el dolor mismo. Cuando, gracias a esto, el ánimo se levanta, tu hiyyut, tu fuerza vital, se reconecta con tu cuerpo, se produce un cambio palpable que restaura la confianza en la fuente de la vida misma y disminuye el sufrimiento. Participar en una práctica de este tipo en algún momento de la vida puede producir lo que el erudito y científico budista Matthieu Ricard describe como un “resplandor espiritual, una alegría serena que nace de un profundo bienestar y benevolencia”.

Muchos desafíos de nuestro tiempo hacen crecer exponencialmente nuestra calidad humana, nos permiten elevar nuestra vida espiritual y encontrar respuestas en el cuidado y la santidad que buscamos hacia adentro, llegando hasta el centro de nuestro ser, y hacia afuera para conectarnos más honesta y fielmente con los demás y con la Tierra misma. Logramos esto al volvernos más perceptivos de la belleza y de la fealdad, de la angustia y del deleite de la vida, desarrollando nuestra capacidad para la alegría verdadera y duradera.

Estos dos meses de Adar, impregnados de lo banal, los bailes y las risas de Purim, llegan para exigir que logremos percibir los fuertes contrastes de la vida. Rociar con un poquito de Joy Essence tampoco hace daño.

* La Rabina Diane Elliot es docente, terapeuta somática y líder espiritual. Trabaja como directora de ALEPH: Alliance for Jewish Renewal (Alianza para la renovación judía). Es también una de las fundadoras de Taproot.


FUENTE:
Elliot, D. (2022, febrero 5). The Smell of Joy. My Jewish Learning. https://www.myjewishlearning.com/article/the-smell-of-joy/

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