El agua, ese elemento básico, vital, transparente, fresco, tiene la propiedad de ser indispensable en nuestras vidas.
Nos formamos en el agua, somos agua (mayoritariamente).
Todos tenemos un vínculo muy cercano con este elemento desde el plano físico y, paradójicamente, desconocemos que puede acompañarnos en nuestro desarrollo espiritual.
La Mikve se nos ofrece como un ritual valiosísimo que hace de un gesto físico una experiencia simbólica y espiritual capaz de contribuir en nuestra transformación.
La Torá nos la presenta como “solamente una fuente y un hoyo, una acumulación de agua, será pura…”. (Levitico 11:36). Sabemos que cada palabra en la Torá cuenta, y un mundo de interpretaciones se revela detrás de cada una de ellas. Esta simple línea nos conecta con una idea muy poderosa: la combinación entre lo permanente y el cambio, entre lo fijo (hoyo) y lo que fluye (agua).
La vida es esa perfecta combinación de estas dos cualidades. Si fuéramos pura agua, puro fluido, no podríamos dar forma, materializar nada. Y lo mismo, si nos fijamos a lo que permanece inmutable, sin permitir que la vida fluya a través nuestro, lo más parecido a la muerte.
La Mikve nos acerca a esta conciencia y nos invita, al introducirnos en sus aguas, a ser eso que fluye, contenidos en su interior. Nos propone sumergirnos enteros, completamente desnudos de todos los ropajes que nos ponemos a diario para enfrentar la vida, desprovistos de los adornos que elegimos para mostrarnos o disimularnos.
Y una vez allí, como en el inicio de nuestras vidas en el vientre materno, donde recibíamos todo lo necesario a través del cordón umbilical, establecer un nuevo lazo con la fuente inagotable de vida, nuestro Creador, abrir nuestro canal espiritual que nos conecta a la fluidez y entonces renacer a lo nuevo que queremos para nosotros.
Todos tenemos un momento en nuestras vidas en el que necesitamos un borrón y cuenta nueva, un reseteo de actitudes que necesitan reciclarse, transformarse, cambiar. Ser valientes y reconocer nuestra vulnerabilidad.
La Mikve nos propone ingresar en nuestra interioridad, en la matriz de Hashem, para lavarnos… En hebreo, la palabra que se utiliza para “lavar” es Rajatz, y no se refiere al gesto de limpiar sino al de purificar, purificarse a través del agua*. La Mikve tiene ese poder; regenerarnos, humectarnos, purificarnos para salir y ser la nueva versión de nosotros mismos.
Rosh Hashana se nos ofrece como una puerta en el tiempo, que nos invita a introducirnos en nuestro interior y así poder conocernos un poco más. Tiempo de balances internos, de comprobar si el camino que elegimos el año que pasó nos condujo a nuestros objetivos o si tenemos que ajustar algún recorrido. Tiempo de oportunidades…
Todos los inicios tienen en sí la potencia de lo que quiere ser. Es el momento más intenso y crítico en la creación de algo, lo que sigue después, es la revelación de aquello que fue creado en ese primer fulgor.
En las puertas de un nuevo comienzo, tenemos ante nosotros todos los rituales, los gestos concretos, que nos ayudan a conectarnos, a darle sentido a nuestras acciones, a marcar nortes que nos impulsen a ser cada vez mejores, a encontrarnos con los nuestros para acompañarnos en este viaje.
La Mikve esta allí, esperándonos para ser ese puente entre el pasado y el futuro. Rosh Hashana y todos sus rituales son ese presente, tiempo de oportunidades, capaz de generar la simiente de nuestro futuro.
¿La vas a aprovechar?
- Aguas del Eden. Arye Kaplan (pág. 83)