¿Tenemos una Comunidad?


Por DANIEL ROSENTHAL

-Escuchá, escuchá. ¿Te parece que se puede?

Terminamos el Shajarit de Rosh Hashaná y el sol se filtraba por las cortinas, allá en Olivos.
Charlábamos con Darío, con incertidumbre; pero con mucha esperanza.

– Seguro que sí.
– ¿Con cuántas familias sería bueno empezar?
– Setenta.
– ¡Preparemos una lista!

La prehistoria de Amijai llevaba ya dos meses, pero la historia estaba por comenzar.

Llegó Majané Bereshit, donde ya habíamos acercado a más de veinte familias. Y hubo juegos de agua, árboles del Keren Kayemet, dolores de panza del Rebe… y mucho compromiso.

Fue un verano cálido. Mientras los chicos estudiaban Torá y preparaban los souvenirs para el próximo Pésaj, había quien caminaba por Belgrano buscando nuestra futura casa.

Llegó el primer servicio de Kabalat Shabat y llenamos el Aula Magna. Pero no solo de gente: también de emociones y esperanzas. La comunidad que queríamos, más para nuestros hijos que para nosotros mismos, ya estaba en marcha.

Habíamos completado el Génesis y empezábamos el Éxodo. Era la liberación, pero empezaba la travesía por el desierto.

Con el apoyo y la presencia de muchos, y el trabajo real de unos pocos, vamos completando los años de travesía por el desierto.

¿Tenemos una Comunidad? ¿O decimos que tenemos una Comunidad?

Más allá de mis creencias personales, recurrí a distintas fuentes para responder a esta pregunta y vean lo que encontré.

Dentro del judaísmo, se denomina “comunidad” a unidades sociales cuyo fundamento es la solidaridad y su práctica concreta. Que cada uno se pregunte a sí mismo: ¿soy realmente solidario? ¿Estoy tratando de ayudar sinceramente a esa persona que atraviesa alguna dificultad?

Otra. Así como las antiguas >kehilot> reglamentaban sobre temas tan variados como el juego, la danza o la moral sexual; todas, las de hace cientos de años y las actuales, tienen como objetivo básico cuidar del necesitado. Del necesitado de alimento, de ropa, de vivienda o de afecto. Nuestros jóvenes empezaron a ocuparse, recién ahora y por iniciativa propia. En estos tres años… ¿Les dimos el ejemplo?

Tres. El basamento de la comunidad de fines del siglo veinte es su concepto de asociación absolutamente voluntaria. Es decir: si quiero, soy parte; y si no quiero, nadie me obliga.

Pero si decidí pertenecer a esta comunidad, debo hacerlo en serio. Estar aquí sentado es condición necesaria, pagar la cuota mensual elevando su monto al máximo de mis posibilidades es también condición necesaria. Pero ambas son solo el primer escalón.

Para mejorar esa pertenencia debo participar y movilizarme en dos direcciones: por un lado, desarrollando los valores judaicos; y por el otro, atendiendo a las necesidades del judío individual. Pregúntense frente al espejo: ¿me estoy moviendo en alguna de esas direcciones?

Les decía antes que yo siento que Amijai tuvo su Bereshit y su Éxodo. También creo que ahora estamos entre Vaikrá y Bemidbar. Es decir: enunciando normas de conducta y tratando de organizarnos; buscando la mejor forma de implementar los preceptos en la vida diaria. Y eso no es nada complejo. En realidad, es bastante simple. Pero que sea simple no significa que sea fácil. Cuanta más gente participe, más fácil será para cada uno.

¡Ojo! A no engañarse. También entre los que ya estamos activando suele filtrarse la máquina de impedir. Se escuchan muchos más “hay que…” de los convenientes, y muchos menos “voy a…” que los necesarios. Debemos hacernos cargo. ¡Cada uno debe hacerse cargo! De lo que quiera, de lo que sepa, de lo que pueda… o aun de lo poco que lo dejen. ¡Pero de algo!

Lo más asombroso de este recorrido bíblico que estoy intentando hacer con la vida de Amijai son los párrafos que leí en la Parashá de esta semana: Vaetjanán.

Veamos lo que está escrito y tratemos de compartir el mensaje:

Cap. 4 Vers. 1: “Y ahora, Israel, escucha los fueros y las leyes que Yo os enseño para cumplir”.

En su libre albedrío, el pueblo es orientado y alentado. Orientación y libertad no se contradicen: se complementan. Y las leyes son para cumplir, ya que el mero conocimiento sirve de muy poco sin el compromiso de la acción.

Igual nos toca a nosotros: ya sabemos; ahora tenemos que hacer.

5:1 “Convocó Moshé a todo Israel…”.

El llamado incluía a quienes habían presenciado la entrega del Decálogo y a los que nacieron después. Es el primer eslabón de la cadena de tradición. Cada uno deberá contarlo a sus hijos como un hecho histórico que él mismo vivió en Sinaí.

Igual deberíamos hacer aquí. Todos: los viejos, los nuevos y los que aún no llegaron debemos trabajar juntos, como parte de un mismo grupo con el mismo objetivo.

5:22 “Y ahora, ¿por qué (motivo) habremos de luchar?”.

Es en ocasión de un gran evento donde tomamos dimensión de nuestra pequeñez. Pero allí reside la grandeza: en valorar exactamente lo que somos.

No es bueno sobrevalorar ya que esto conduce primero a la soberbia, y luego a la destrucción. Es decir: ni tanto ni tan poco.

¿Y nosotros? Igual otra vez. No somos los ricos y famosos que muchos de afuera creen ver. Pero sí tenemos todas las posibilidades de construir una comunidad diferente, fuerte y alegre.

6:4 “Oye Israel. Adonai es nuestro D’s. Adonai es Único. Las leyes que te prescribo hoy grabarás en tu corazón. Las explicarás a tus hijos…”.

Después de repetir los Diez Mandamientos, Moshé apela tanto al sentimiento como a la razón. Surge aquí el principio de Talmud Torá, a la vez de estudio y de enseñanza. Todo padre debe educar a sus hijos en la acción.

Nuevamente el paralelo. Nuevamente el mensaje: continuidad, sentimiento, razonamiento, acción. De todos y para todos.

Sentimos que D’s lo quiere; las circunstancias lo permiten.

Depende de cada uno de nosotros. ¡No desperdiciemos la oportunidad!

Daniel Rosenthal
Reproducción de la Drashá del viernes 3 de agosto de 1996 (en el cuarto aniversario de la fundación de Comunidad Amijai)

Nota publicada en el Anuario de Amijai 5757 (septiembre de 1996).

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